Ya
despierta y con las ventanas abiertas.
El aire corre por la buhardilla, ofreciendo un aroma de invierno.
El sol a su vez, más tímido, entra despacio, sigiloso, con cuidado. No quiere
molestar.
He desayunado, como cada mañana desde las navidades, en un bol que
pertenece a un pack de seis. Son un regalo de los Reyes Magos, y cada día
desayuno en uno de ellos. Cuando termino, lo lavo, lo seco y lo coloco debajo
de la torre de los seis bols, de esta forma, al día siguiente, tengo uno
distinto. Y cada día, me sorprendo con un nuevo dibujo.
Hoy el bol dibuja el amanecer. El azul corresponde al viento, frío de enero,
llegando a todos los rincones, dejándose notar y ver. El amarillo del sol, poco
a poco busca su presencia, pero no tiene prisa.
Hace tiempo que me siento como el sol de invierno. Voy despacio, tranquila, con
cuidado, de no manchar, de no estropear, de no romper. Con cuidado de hacerme
notar.
Días, en los que se me aprecia un poco más. Días, en los que me dejo cubrir.
Pero no caliento.
Estoy tímida y tengo frío.
Hace poco cumplí un sueño. Llevaba tiempo detrás de él. Se escurría aunque lo
agarrara con ambas manos.
Cuando se cumplió el cielo estaba nublado. No se veía el sol. Sabía que estaba
detrás de tantas nubes negras, pero no le hicieron paso.
Las estaciones no solo pertenecen al tiempo, también nos pertenecen a nosotras.
Pero igual que la tierra gira alrededor del sol, nosotras podemos cambiarnos de
ropa, quitarnos los grises y empezar a sentirnos primavera. Lo buena noticia es
que nada es para siempre. E igual que aquel día el sol estaba cubierto por un
manto de nubes, hoy puedo verle sonreír, aunque no caliente.