Al entrar en la sala miro al escenario y encuentro un piano, un bajo y una batería. Un foco marca su presencia dejando oscuro todo a su alrededor. Se puede intuir que algo muy especial nos espera por escuchar. La sala se va llenando poco a poco, y entre los asistentes se reconocen caras de la música: algunos aparecen con un arco, otros dejaron sus baquetas en casa, encontrándose entre miradas y saludándose animadamente. También están aquellos que organizan festivales, los que escriben de conciertos y gran cantidad de fotógrafos que está vez se sentarán a sentir lo que sus cámaras suelen capturar.
El ambiente está expectante. Las luces de la sala comienzan a bajar su intensidad, dando comienzo a las primeras gotas de sonido.
Sabes cuando algo te va a gustar según empieza la música. Con la primera nota se descifra la esencia de lo que a continuación retratará el compositor. Y en este caso, acierto si digo, que sus notas narran el sonido perfecto, dando pie al disfrute, a la elegancia y al bienestar.
En el mundo del jazz hay que entrar con pies de plomo. Es un lugar desconocido, en pocas radios se escucha y nadie te entrena para ello. Es una música para atrevidos y soñadores. Hace años se encontraba en los lugares más recónditos de la cuidad, situados en los bajos de un bar, durante la semana, entre sombreros, humo, cervezas e instrumentos. Lleno de libertad, sin tapujos y con ganas de sonar. Esta música se describe con su propia palabra, resonante por su fuerza al decirla. Una palabra que te llena la boca.
Continuando con la intimidad del concierto, volvemos a formar parte de la oscuridad del silencioso público. Escribo por intuición, esperando a que las letras se coloquen formando palabras coherentes. Observo al pianista. Sus ojos se cerraron para sentir abiertamente lo que sus dedos nos están contando. Elige las teclas minuciosamente, con cuidado, dibujando armonías. Los minutos pasan y no nos hemos dado cuenta. El tiempo, en esta sala, vuela.
Al jazz le gusta jugar a la improvisación, al dejarse llevar, al hablar sin decir nada pero sonándolo todo. Si observas, verás a los músicos como se traspasan los sonidos, dejándose espacios en los que otro interactúa. El jazz es comunicación en su más amplio significado. Y este trío sabe bien lo que quiere decir.
El batería nos deja boquiabiertos con una recreación de sonidos a través de sus baquetas. El bajo no descansa, ofreciendo una elegante base a sus compañeros, y el piano suena con suntuosa armonía. La admiración se siente, se parpadea entre el público. Y, para terminar, nos deleitan con un bis de homenaje a The Beathles .
Las sombras del público se levantan aplaudiendo efusivamente. Entre reverencias de los músicos, agradeciendo la acogida tan sincera de esta noche, aparece una última invitada en el rostro de Brad Mehldau… una orgullosa y tímida sonrisa.