En todo momento hay un punto de inflexión. Un instante decisivo. Un segundo. Un parpadeo.
Donde decides si caminas hacia adelante o te plantas para quedarte.
Puede extrapolarse a cualquier situación, instante, segundo
o parpadeo.
Hace poco viví mi particular punto de inflexión, el cual
me ha cambiado la vida.
Pero cometí un error, lo hice tarde, y dejé que ocurrieran hechos que hoy borraría para nunca acordarme.
Pero en ese pequeño instante, segundo, parpadeo tuve miedo.
No quise parar por miedo a perder.
Miedo a perder…, qué curiosa expresión.
El miedo. Jugoso y tramposo.
Hoy esbozo, pienso, reflexiono que, si sufres el temor a perder,
es que nunca te perteneció.
Lo real no se pierde, simplemente forma parte.
No te cuestionas la duda.
Lo real es seguro. Sencillamente, es verdad.
Y la verdad no da miedo. La verdad tranquiliza.
En ocasiones, el punto de inflexión lo retrasamos para dar cabida
a la oportunidad.
La oportunidad de que sea diferente a lo que
sentiste desde el principio.
Damos la mano al sueño, y con él, a la ilusión de que todo puede ser diferente.
Pero no va a ser diferente si tuviste miedo a perder.
El punto de inflexión.
Ese instante, segundo, parpadeo que puede cambiarte la vida.
He vivido muchos y de todos aprendí.
Este último me abrió los ojos, me los hizo más grandes.
Y bonitos.